lunes, 19 de septiembre de 2011

Nido

¿Alguien se ha fijado alguna vez de los edificios que están a un lado suyo? Probablemente no. Las construcciones y arquitectura del siglo XXI no dejan más variedad que edificios con piscina, sala de ejercicios o de juegos, pero no una creatividad y personalidad más allá de los “confortable”, “seguridad” o “espacio”. Son edificios que siguen el mismo patrón cuadrado que el que tiene al lado y más, más al lado. Sólo tiene diferencia, quizás, el color, altura (de gigantes) y el nombre.
Es por esto que no se puede culpar si no te has dignado a verlos porque todos son iguales.
Ahora, si caminas un poco más allá, a los más antiguos ¿Me podrías decir que ves? Me podrías decir, probablemente, que son casas abandonadas, derruidas, que ocupan la mitad de una cuadra, se han convertido en pequeños sité, que se caen solas, están a rebosar de personas de poco dinero que viven sitiadas en sus habitaciones…
Me podrías decir demasiadas cosas más.
Pero, mira más atentamente. Esa enredadera, musgo o soledad ¿no las hacen especiales? Esa especialidad que no hallarás en ningún otro lugar más que en sus murallas. ¿Te has preguntado cuántos años tienen? o ¿Qué habrán visto en su vida?
Te invito a observarlas por cada recoveco a ver qué hallarás.





Los señores antiguos

En mi corta vida he visto muchos edificios viejísimos caerse para construirse en sus cimientos departamentos de muchísimos pisos en sólo dos años. Vivo en el cascarón colonial de Santiago y muchos antiguos se han convertido parte de la infraestructura de Carabineros, museos, del abandono total de borrachos o arriendo de piezas a jóvenes universitarios. Yendo un poco más allá, hacia la Alameda, estos son restaurantes u hoteles, pequeñas empresas que destrozan los ornamentos.
De todas las metamorfosis anteriores, siempre he preferido los museos puesto que son los únicos que realmente cuidan el pasado de las estancias. Como el Museo de la Solidaridad Salvador Allende.
Aunque claro, es imposible convertir todos estos antiguos en museos por una cuestión monetaria, tiempo y estimación. Nadie quiere que los grandes terrenos que ocupan estos antiguos sean desaprovechados de tal manera que en vez de facilitar casas y hogares a personas quienes lo necesitan, se conviertan en “casas de cultura” que ya nadie ve.
Ahora, si escogiese otras serían los restaurantes y hoteles. No cuidan de manera tan excepcional como los museos, pero al menos, garantizan que la fachada y algunos adornos queden en pie. Lo digo porque el paso infraganti de la modernidad hará cambios que inevitablemente los dueños de los locales tendrán que acatar para su propia economía y conformidad de su clientela. Y es así que destrozan escudos familiares, esculturas, gárgolas, y otros que en sus tiempos relucían de importancia para los originarios de esos antiguos.
Si de la Alameda, volvemos hacia República y la recorremos cuán grande es, los antiguos aún se irguen pero con nuevo rostro: las universidades.
No es que señale que sea mala esta última metamorfosis, pero es increíble el contraste de las facultades entre sí. Como si de la carrera dependiese la vida de estos antiguos. Por ejemplo, la mirada de la facultad de ingeniería de Andrés Bellos es blanca y llena de tubos rojos, mientras que, la de Derecho de la universidad Padre Alberto Hurtado es una grandísima casa colonial que aún resguarda un gran portón oscuro y detallado, con un pasillos con enredaderas y su fachada totalmente conservada llena de ornamentas y otros.
Y si ponemos un poco más de atención hacia la calle de al frente, llegando a Sazie, hacia una hermosa mansión blanca con restos de tiempo y un poco de desorden, está un teatro que con ingenio y entusiasmo dieron vida aquellas murallas abandonadas haciendo bailes, obras de teatro para niños y actos circenses.


Museo de la Solidaridad Salvador Allende

Alzamiento

Los antiguos, que para la gran mayoría se estima como patrimonio cultural (perdido para mí), fácilmente tendrían un siglo en sus carnes de adobe y barro. Majestuosamente han resistido más que las moles más reciente de cemento y cal a los dos últimos terremotos de 1985 y 2010 que remecieron a nuestro país. Un claro ejemplo es la Basílica del Salvador que después de ser inutilizada por el terremoto 1985, aún está en pie con todo el derrumbe de esos estreñimientos de las placas luego del de 2010. A diferencia de muchos nuevos que se cayeron con estas sacudidas a un lado de este.
No es que lo antiguos sean inmunes a los terremotos, pero podemos decir que tienen mayor resistencia que lo de ahora.
Continuando, los antiguos que cité anteriormente son (exceptuando a la basílica) parte del Barrio República o Barrio Universitario como se le llama actualmente. Este barrio que conserva lo poco y nada de patrimonio que nos queda era en un principio aristocráticos, con finos toques de la moda inglesa. Cada uno diferenciado por el otro por el gusto de la familia reincidente.
La mayoría de las casas que se construyeron en el sector fueron levantadas durante el auge minero del siglo XIX. Hacia 1860 se le comienza a dar forma y acompañado al loteo de la quinta Meiggs (1872), integrándose más interesados al proyecto intangible. El loteo de la quinta permitió la apertura de las calles República y España (antiguamente llamada Capital), que se prolongan hacia el sur uniendo la Alameda del Libertador Bernardo O'Higgins con el Club Hípico de Santiago. Posteriormente fueron transformadas en avenidas, mientras que a su vez las calles transversales se transformaron en la prolongación de las del Barrio Dieciocho. Durante la década de los 70's y 80's, el barrio fue asiento de locales comerciales dedicados a Mecánica Automotriz, lo que cambia a finales de la década de 1980 cuando comienza el florecimiento de las universidades, trasladándose el comercio de repuestos automotrices hacia el norte de la Alameda, al Barrio Brasil.


Basílica del Salvador del hoy.

De soslayo

Más que estas últimas palabras, queda decir que la Historia que sobreviven en sus fachadas espero que sigan reinando con su presencia que en fotos a todo color en internet. Que al caminar por las calles de nuestro país se conserve aún sus umbrales y que no, en su lugar, esté un gran departamento que no tenga nada en especial más que en el precio o “comodidad”, en vez de resguardar los que nos pertenece y nacemos.